Refugiado en
Francia
Antes de que todo empezara, vivía en una
casa formidable, con campos que conrear y una bonita familia. Vivía en
Constantí, un pueblecito cerca de Tarragona.
Ya de joven, sabía que tendría que ir a
trabajar al campo. Era el negocio familiar y vivíamos de los olivos.
Pero todo cambió con la llegada de
Franco. La gente estaba desconcertada y España entera estaba patas arriba. Yo
fui uno de los muchos que se decidieron a combatir a sus hombres, que mataban
sin piedad a cualquiera que se cruzara en su camino.
Consciente de mi decisión, a pesar de
tener una mujer y una hija, ya que no podía dejarlas a su suerte. La batalla
empezó y terminó muy rápidamente. La gente se masacraba a balazos y a
espadazos. Los nuestros mayoritariamente eran civiles y llevaban armas blancas.
Los soldados llevaban fusiles, escopetas, etc. Eran imbatibles, al menos para
nosotros. Muchos de los nuestros huían como alma que lleva el diablo. Y yo era
uno de ellos. Huimos por carretera con camionetas hacia Francia, uno de los
únicos lugares seguros que quedaban cerca de allí.
El viaje duró horas y horas. Al pasar
por la frontera, nos dirigieron a un lugar que no comprendí. “Debe de ser un
campamento de refugiados o algo así”, pensé.
Cuando llegamos, vi perfectamente que no
era ningún campo de refugiados; era un campo de trabajo. La respuesta era
fácil, eran tantos los refugiados que no daban de sí, y les hacían trabajar en
campos de trabajo para que pudieran hospedarse. Los trabajos eran duros, pero
por lo menos recibíamos un “buen” trato. Los días pasaban y pasaban, y se
convirtieron en meses hasta que la guerra terminó y los civiles se riendieron.
Ya era oficial, Franco se había apoderado del país entero. Una vez lo supe, me
fui de allí y volví a pie hacia casa. A medio camino, me encontré con una
camioneta. El hombre que conducía la camioneta me preguntó dónde estaba Tarragona.
Yo le dije:
-Pues claro, me dirijo hacia allí.
Así pues, me subí a la parte trasera. Me
llevé una sorpresa bastante desagradable al ver que estaba lleno de soldados
con fusiles. Si me equivocaba y les conducía al camino incorrecto, ¡estos tipos
me iban a afusilar! Guié al chófer con intuición ya que nunca había pasado por
allí. Al cabo de horas, vi Constantí. Lleno de alegría, me bajé de la camioneta
y di las últimas instrucciones al chófer para llegar a su destino. Fui andando
hacia mi pueblo, y cuando llegué a casa, estaba gran parte de mi família allí.
Me recibieron con alegría y con lágrimas
a la vez. Todos estabamos muy felices a pesar de todo lo que tenía que pasar
aún.
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