dissabte, 11 d’octubre del 2014

Refugiado en Francia
Antes de que todo empezara, vivía en una casa formidable, con campos que conrear y una bonita familia. Vivía en Constantí, un pueblecito cerca de Tarragona.
Ya de joven, sabía que tendría que ir a trabajar al campo. Era el negocio familiar y vivíamos de los olivos.
Pero todo cambió con la llegada de Franco. La gente estaba desconcertada y España entera estaba patas arriba. Yo fui uno de los muchos que se decidieron a combatir a sus hombres, que mataban sin piedad a cualquiera que se cruzara en su camino.
Consciente de mi decisión, a pesar de tener una mujer y una hija, ya que no podía dejarlas a su suerte. La batalla empezó y terminó muy rápidamente. La gente se masacraba a balazos y a espadazos. Los nuestros mayoritariamente eran civiles y llevaban armas blancas. Los soldados llevaban fusiles, escopetas, etc. Eran imbatibles, al menos para nosotros. Muchos de los nuestros huían como alma que lleva el diablo. Y yo era uno de ellos. Huimos por carretera con camionetas hacia Francia, uno de los únicos lugares seguros que quedaban cerca de allí.
El viaje duró horas y horas. Al pasar por la frontera, nos dirigieron a un lugar que no comprendí. “Debe de ser un campamento de refugiados o algo así”, pensé.
Cuando llegamos, vi perfectamente que no era ningún campo de refugiados; era un campo de trabajo. La respuesta era fácil, eran tantos los refugiados que no daban de sí, y les hacían trabajar en campos de trabajo para que pudieran hospedarse. Los trabajos eran duros, pero por lo menos recibíamos un “buen” trato. Los días pasaban y pasaban, y se convirtieron en meses hasta que la guerra terminó y los civiles se riendieron. Ya era oficial, Franco se había apoderado del país entero. Una vez lo supe, me fui de allí y volví a pie hacia casa. A medio camino, me encontré con una camioneta. El hombre que conducía la camioneta me preguntó dónde estaba Tarragona. Yo le dije:
-Pues claro, me dirijo hacia allí.
Así pues, me subí a la parte trasera. Me llevé una sorpresa bastante desagradable al ver que estaba lleno de soldados con fusiles. Si me equivocaba y les conducía al camino incorrecto, ¡estos tipos me iban a afusilar! Guié al chófer con intuición ya que nunca había pasado por allí. Al cabo de horas, vi Constantí. Lleno de alegría, me bajé de la camioneta y di las últimas instrucciones al chófer para llegar a su destino. Fui andando hacia mi pueblo, y cuando llegué a casa, estaba gran parte de mi família allí.

Me recibieron con alegría y con lágrimas a la vez. Todos estabamos muy felices a pesar de todo lo que tenía que pasar aún.

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